sábado, 3 de marzo de 2012

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lunes, 6 de febrero de 2012

domingo, 19 de junio de 2011

Una vez mas Ladytron

Si te interesa el mundo del diseño, de la arquitectura o del urbanismo, te recomiendo el blog de A. Zabalbeaskoa; se llama Del tirador a la ciudad. Échale un vistazo y colócalo entre tus favoritos, no te arrepentirás. Pues bien, fue precisamente el otro día, cuando leyendo uno de sus últimos posts, se me vino a la cabeza un asunto del que hace bastante tiempo tenía ganas de hablar; me refiero a esos cibertubos que decoran algunos de los cantones del Casco Viejo de Vitoria, y por supuesto, a las rampas mecánicas que contienen.

El cantón de la Soledad desde la Calle Herrería.

En aquel post Del tirador, se anunciaba la reedición de un clásico de la sociología urbana; Muerte y vida de las grandes ciudades, de Jane Jacobs. Una obra de comienzos de la década de los Sesenta que provocó un intenso debate entre los urbanistas del momento. 

Hace muchos años que lo leí y dos fueron las ideas que quedaron grabadas en mi mente. Por un lado, Jacobs criticaba el proceso de 'mallification' de las ciudades en Estados Unidos (mall, en inglés significa centro comercial). Las calles públicas más concurridas y dinámicas estaban siendo devoradas por centros comerciales privados cada vez más grandes. Por otro lado, Jacobs acusaba al coche y a las autopistas como principales responsables de todos los inconvenientes del crecimiento suburbano: terrenos de calificación mixta, aislamiento ciudadano, aceras desiertas o inexistentes, etc.  

Jane Jacobs (1916-2006)

Una cabeza privilegiada la de esta mujer. Jacobs proponía superar ese razonamiento facilón de que el coche y las autopistas sirven para comunicar. La cuestión era para ella bastante más compleja; el coche y las autopistas pueden también funcionar como barreras, separando unos barrios de otros, unas aceras de otras, en fin, destruyendo la relación humana y vecinal. Por ello, Jacobs denunciaba la necesidad de concebir la calle más que como un lugar de paso, como un lugar de encuentro

Desde mi punto de vista, las rampas mecánicas de los cantones de Vitoria, son como las autopistas de Los Ángeles o Phoenix para Jane Jacobs. Alguién, en algún momento, tuvo la maravillosa idea de hacer accesible la zona superior de la vieja colina de Gasteiz; creía que de ese modo, se convertiría en un lugar más concurrido, en un punto de encuentro. Sospecho que ese objetivo no se ha logrado, y que las rampas sirven más para atravesar (y pasar de) la colina, que para detenerse en ella.

El cantón de la Soledad desde Montehermoso.

Pero lo peor de todo es el alto precio pagado. Los cantones con rampas son ahora cantones bífidos; puedes circular por la rampa de abajo a arriba, o por alguno de sus laterales, pero no puedes cruzar de fachada a fachada; no puedes ver la cara de tu vecino cuando sale de la taberna o de su portal. Esos dichosos tubos-ciber son como un muro; incomunican, imposibilitan que los cantones puedan convertirse en espacios de sociabilidad.

Alguien dirá que antes de las rampas, los cantones no se caracterizaban por tener una gran vida vecinal. No estoy de acuerdo. En primer lugar, habría que ver qué cuentan los que viven allí, los dueños de los negocios o de los bares y no sólo atender a lo que piensan los transeúntes o usuarios esporádicos. En segundo lugar, habría que pensar, que si la meta que se persigue es dotar de una mayor vitalidad al Casco Antiguo, quizá mejor que rampas/barrera, deberían adoptarse medidas para que los cantones funcionasen más que nunca como puntos de encuentro (apertura de tiendas, integrar mobiliario público que fomente el estar más que el pasar, etc.)

En fin, en verano me gusta sentarme en la zona alta del Cantón de Anorbín para ver el atardecer y disfrutar de una cerveza bien fresquita de esas de La Iguana. Sólo espero poder seguir haciéndolo los próximos años sin tener la sensación de estar abordo de alguna estas naves de Star Trek que están invadiéndolo todo.